miércoles, 8 de diciembre de 2010

El Cuarto de Juegos

            En la pequeña ciudad de Carelo, en la calle Dulce de Leche número cincuenta, hay una placa de plata vieja atornillada a una fachada donde se lee: “Esta que aquí se encuentra ha sido nombrada por votación popular la casa más hermosa jamás construida”. El arquitecto es Luis Fontanevada, vecino del municipio, famoso por ser el único caso clínico reconocido en el mundo que padece la enfermedad de Creationum Cronicum, más conocida como CC o incontinencia creativa. Aún se recuerda el día en que, siendo Luis  un bebé, su niñera (los Fontanevada siempre han tenido niñera) fue a despertarlo de su cuna una mañana. Segundos más tarde se la vio corriendo pasillo abajo, agitando los brazos en alto y dando gritos de pavor. La razón de tanto despropósito fue el encontrarse que, durante la noche, el muy pillín había desecho los patucos y, con las hebras de lana, se había tejido un gorro precioso de punto inglés.
            A la edad de cinco años los padres de Luis estaban abrumados por la gran capacidad productiva de su hijo, y eran incapaces de almacenar todas las pinturas, manuscritos y obras de arte que surgían del genio de Luisito. Así que decidieron pedir ayuda.
            Los médicos intentaron durante años frenar el impulso creativo de Luis; probaron todo tipo de infusiones y ungüentos que hicieran que la glándula de la creación dejara de segregar creógenos para siempre. Pero viendo que no había manera, decidieron, en consenso con las autoridades de Carelo, encauzar tal ingente fuerza creadora y pusieron a Luis a diseñar y construir casas, que cada año se sorteaban entre los habitantes que, por una u otra razón, no habían podido adquirir aún una vivienda propia. Y dado que los enfermos de CC no pierden el tiempo en trivialidades como dormir o comer, la productividad de Luis estaba suponiendo un considerable alivio para el tan terrible problema de la vivienda. De hecho, se preveía que, en unos pocos años más, todos los ciudadanos de Carelo vivirían en casas Fontanevada. Y de entre todas ellas, cada cierto tiempo se elegía por votación popular la más hermosa, recayendo este año el honor en villa Nikita, la casa cuyos orgullosos propietarios eran Niki y Niko, tíos de la pequeña Greta.
            No podían creer su suerte. Ese, su primer fin de semana ya instalados en la nueva casa, habían invitado a toda la familia para enseñarles el que iba a ser su hogar de ahora en adelante.
            Sin duda había sido elegida la más hermosa jamás construida por méritos propios. La fachada de piedra extraída de las canteras de Karmala era de un blanco puro a la luz de la luna, pero en cuanto salía el sol, iba cambiando de color con las diferentes horas del día. Lila y azul al amanecer; rojo, naranja y amarillo en las horas de calor; y del verde al rosa violeta al atardecer. Era como si el propio arco-iris se paseara por sus muros a diario.
            En el grandioso jardín, con sus estanques y riachuelos, crecían árboles de la risa. Se les llama así porque cuando sopla el viento entre sus ramas, producen un sonido similar al de una carcajada. Imagínate, en los días de temporal, es un risoteo tan contagioso que no hay quien esté serio en ningún rincón de la casa.
            Greta entró corriendo con la impaciencia que da la ilusión y se dirigió a la gran cocina. La luz del sol entraba libre y generosa por los enormes ventanales a través de las cortinillas blancas, dando un resplandor cálido a la estancia, con sus muebles multicolores y los grandes fogones preparados para las comidas familiares. En el centro estaba la mesa de comedor, que mudaba discretamente de tamaño según se fuesen sumando o restando comensales; si dos, dos; si treinta y cinco, treinta y cinco cabían confortablemente. Era el último grito en muebles “con encanto”.
            Greta se escabulló entre los mayores, que se quedaron preparando café, para investigar un poco por su cuenta. Atraída por un sentimiento de alegría, como si de olor a pasteles recién horneados se tratase, se dirigió al final del pasillo y abrió una puerta ligera como el aire, tras la que se encontraba el cuarto de juegos. ¡Increíble! Estanterías llenas de juguetes, caballos de madera, cubos para montar, letras de colores, puzzles, videojuegos, bicicletas. Menuda suerte. Sin saber a donde echar mano, cogió un lienzo y unos pinceles y se puso a dibujar. Al rato, cambió los pinceles por el caballo balancín. Todo era tan divertido. Pero al mismo tiempo tenía una sensación especial; se sentía observada. Pero allí no había nadie. Decidió hacer una torre con los cubos de madera para después ponerse el disfraz de escaladora y subir hasta la cima. Cuando estaba a metro y medio de altura, perdió el equilibrio y cayó estrepitosamente hacia el suelo. Cuando pensó que se daba el golpe, de la nada se materializó una señora de expresión agradable que con gesto seguro y rápido la rescató del peor trompazo que iba a darse en su vida.
-         Guau-, dijo Greta- ¡Qué suerte he tenido! Pero, ¿Quién eres tú? ¿De dónde has salido?
-         Soy una niñera de cuarto de juegos. El artífice Fontanevada me creó. Bueno, a mí y a todas las niñeras de los cuartos de juegos de las casas Fontanevada.
-         Encantada-, dijo Greta extendiendo la mano-. Yo soy Greta.
-         Mi nombre es Beatriz. Es un placer conocerte, Greta.
-         ¿Has estado aquí todo el tiempo?
-         Claro. Nosotras vivimos aquí para cuidar de los niños, velando para que nada malo les pase. Verás, te explico. Estas habitaciones están construidas sobre lagunas de tiempo. Lo que son horas para ti, son segundos para cualquier persona que esté fuera de esta habitación. Lo pensó el artífice Fontanevada, para que así los más pequeños tuvieran todos los momentos de juego que desearan  y pudieran igualmente llevar a cabo sus obligaciones y pasar tiempo con sus mayores. Pero, claro, alguien tiene que cuidar de ellos durante ese pedacito minúsculo de tiempo que aquí hemos estirado como un chicle. Mientras el cuarto de juegos está vacío, permanecemos inmersas en un dulce letargo. Cuando una niñera Fontanevada detecta la presencia de un niño en el cuarto, su centro se ilumina y despierta del sueño. Siempre vigilantes, siempre atentas, es nuestro lema.
-         ¡Vaya! ¡Es genial!
-         Y aún hay más. Todos los cuartos de juego Fontanevada están conectados entre sí a través de sus casas de muñecas. Hoy hay fiesta en casa de Olivia y todos están invitados. ¿Te apetece que nos pasemos?
-         ¡Pues claro!-, exclamó Greta al tiempo que se le iluminaban los ojos.
Y entraron en la casa de muñecas. Segundos después salían a otro cuarto de juegos donde había decenas de niños con sus respectivas niñeras, todos gritando y corriendo. ¡Menudo follón! Había merienda para todos, música y juegos hasta hartarse. Greta se unió rápidamente a la diversión. Cantaron canciones, comieron pasteles, jugaron al escondite, hicieron una pequeña obra de teatro, organizaron carreras. Jugaron y jugaron hasta quedar agotados. Cuando la fiesta tocó a su fin se fueron despidiendo y entrando en la casa de muñecas para volver a sus cuartos de juego originales. Eso sí, siempre bien resguardados por sus niñeras. Algunas ya llevaban a los niños en brazos porque se habían quedado dormidos de puro cansancio. Greta cogió la mano de Beatriz y juntas cruzaron hasta el cuarto de juegos de Villa Nikita. Greta se despidió con un beso y quedó en volver otro día. Había sido una tarde magnífica.
Cuando salió del cuarto se dirigió a la cocina corriendo. Al entrar escuchó como subía la cafetera -gru gru gru gru. Y ahí estaba su familia, tal y como la había dejado, dispuesta a tomar el café de la sobremesa.
-         Mamá, Papá, titos. Ha sido increíble-, exclamó Greta dando saltos de excitación. - No os podéis imaginar dónde he estado. Estaba Beatriz, y los otros niños, y hemos jugado y hemos viajado y...
-         Tranquila, mi amor, más despacio, que casi no se te entiende -, le dijo su madre con dulzura mientras le acariciaba la frente. -Siéntate y empieza de nuevo.
-         Sí, veréis-, bostezó Greta. - El cuarto de juegos...
-         Ah!-, dijo su tía Niki-, Ya has estado en el cuarto de juegos. Supongo que has conocido a Beatriz. Es encantadora. El otro día entré a probar la videoconsola y estuvimos charlando un rato. Pues debes de estar agotada.
Efectivamente, Greta se había quedado dormida en la silla, con la cabeza apoyada en la mesa. Todos rieron al ver la expresión de felicidad en su rostro dormido. Su padre la cogió en brazos y la arropó en el sofá con una manta.
-         Descansa, cielo mío-. Y le dio un beso en la mejilla para que su sueño fuera dulce  y tranquilo.
No podéis ni imaginaros todos los momentos tan divertidos que Greta y sus primos vivieron con Beatriz en ese mágico mundo del cuarto de juegos.
Y recordad: mirad bien en vuestras casas de muñecas… Nunca se sabe. Quizá vuestra casa sea una Fontanevada.

LA REALIDAD TRAS LA FICCIÓN.
Siendo breve, la idea que me inspiró fue un deseo, algo que en la realidad todavía no se ha producido, pero, por suerte, en la imaginación las cosas suceden sin más, sin esperas, sin dificultades . No voy a hablar obviedades sobre lo difícil que está pillar casa hoy día. Mientras a Niki y Niko les llega la suya especial, aquí tienen esta para jugar.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Pinceles y acuarelas


A las afueras de la ciudad, se encuentra la montaña de Karmala. Es una montaña de nieves eternas, donde el aire es ligero y fresco, y tiene un cierto tono azulado. En su cumbre más alta vive la abuela Loli, a la que Greta va a visitar todas las semanas.
La abuela Loli se mueve despacio, sin hacer ruido. Parece un ser de agua, delicada, con sus ojos de musgo verde y su voz fina fina como un hilito de seda blanco. Cuando la abuela Loli abraza a Greta, es tan suave y cálido como si la envolviera un almohadón de plumas.
A la abuela Loli le gusta pintar; de hecho, sólo los buenos observadores saben que no todo lo que ves en su casa es real. El piano es dibujado, el macetero de la entrada también, al igual que todas las plantas y flores del jardín. En realidad, no tiene ni jardín. 
Hace unos días, Greta le pidió que le pintara algo para decorar su habitación.

- Muy bien, dijo la abuela, pero lo haremos especial. El pincel vas a ser tú. Verás, dame la mano, cierra los ojos, respira hondo y repite conmigo: “Pintura al agua, pintura al óleo, carbón y acuarela, hoy me pinta mi abuela”.

Greta esperó unos segundos y nada pasó. Estaba a punto de abrir los ojos cuando empezó a oírse una melodía; al principio muy muy bajita, y poco a poco fue subiendo de volumen y se puso tan alta que le hacía temblar a Greta su barriguita; y de pronto PLASH!, golpe de platillo y al abrir los ojos, la abuela y la nieta estaban dentro del lienzo.

-Oh! -, dijo Greta, admirando el blanco puro a su alrededor. Y su sorpresa se transformó en una pincelada de color verde manzana.

-Vaya-, dijo su abuela, - a mí la sorpresa me sale añil. Prueba a reírte.

Y así comprobaron que las carcajadas de Greta son del color de las bolas de chicle, cuanto más se reía, mas bolas y colores aparecían. Y pintaron con besos del color de la miel, con gritos azules, caricias violetas y cosquillas rosas como al algodón de azúcar. Si vierais qué bonito tapiz tiene Greta colgado en su habitación.

lunes, 18 de octubre de 2010

La Nevada

En esta ciudad pasan cosas, cosas que deben ser contadas. A veces hay rumores. Murmura la lluvia que cae sobre la hierba fresca y murmuran las abejas en las flores. ¿De qué hablan las gaviotas a la orilla del mar? Yo os lo diré. Hablan de una nevada que cayó una vez, un mes de abril, una nevada que cayó sobre… una niña.
Era hacia la hora del atardecer lila, rojo, verde y amarillo cuando Greta y su abuela Conchi terminaron de recoger las fresas del huerto que habían plantado el pasado invierno. Como Greta había pasado horas hablándole a las plantas, haciéndoles compañía y regándolas con mucho amor, cada fresa tenía el tamaño de una manzana y llenaban la casa con un estupendo olor.
- Greta, pirriquita, alcánzame la harina que vamos a preparar una tarta para cuando vuelvan tus padres-, le dijo la abuela Conchi.
Nada le gustaba más a Greta que cocinar con su abuela. Sartenes y ollas chocando, tenedores batiendo, la campana del horno, plin! Mucho ruido dulce, ruido de gloria, del que te hace feliz. Y es que su abuela Conchi siempre le hacía regalos de pura felicidad.
Greta pensaba en ella como en una maga asombrosa. Su abuela Conchi tenía los cabellos de oro y plata y solía tejer con ellos pañuelos de consuelo infinito para Greta; son pañuelos con un don. No te da tiempo ni a ponerte triste, al primer suspiro, saltan del bolsillo para ahuyentar cualquier pena que se atreva a rondarte. Su abuela Conchi le contaba historias del pasado, del presente y del futuro, y recordaba cosas que pocas personas solían recordar.
Cuando Greta fue a dejar la tarta en la ventana para que enfriara, vio a lo lejos una bola blanca y enorme que se acercaba rápidamente surcando el cielo hacia su casa. Salió al jardín para verla más de cerca. La bola viajaba a tal velocidad que en pocos segundos la tenía suspendida sobre su cabeza, a varios metros de altura. De pronto, estalló en mil pedazos, haciendo el ruido de mil campanitas del cristal más fino; y comenzó a nevar. Greta miraba hacia arriba, boquiabierta ante semejante espectáculo, pues sólo nevaba sobre ella. El resto del cielo seguía plagado de las estrellas tempranas del anochecer. Cuando los primero copos fueron a tocar su frente, se dio cuenta de que no era nieve; eran jazmines, jazmines de un blanco deslumbrante y un perfume dulce y muy intenso. Greta reía contenta y dejaba que las flores le acariciaran la cara y se le enredaran en el pelo. Su abuela, que la miraba desde la puerta sonreía. Greta le dijo:
- Abuela, ¡qué hermoso! ¿Qué es?
- Es un regalo, pirrica-, le dijo, - un regalo del que alguna vez han hablado las leyendas, pero poca gente ha tenido ocasión de ver, y mucho menos de recibir. Es para ti, mi amor. La naturaleza regala su belleza delicada a los espíritus que cuidan de ella. Es parte de su ceremonia de nombramiento. Enhorabuena, eres oficialmente un hada de flor, el hada del jazmín.
Y otras hadas llegaron de lejos para dar a Greta la bienvenida. Y juntas cuidaron con esmero del mundo verde. O eso dicen por ahí. Oí rumores junto al río y algo susurraba el viento entre las espigas del trigo.


LA REALIDAD TRAS LA FICCIÓN

No sólo la abuela Conchi es una estupenda cocinera capaz de hacer que se te salten las lágrimas de alegría al ver sus guisos, sino que es la mejor abuela que yo podría haber deseado para mis hijos. No conozca a nadie capaz de cantarte canciones infantiles o de contar tantos cuentos que creías perdidos en la memoria del tiempo. Cuando juega con sus nietos, se funden las generaciones en un único momento eterno de felicidad.
Mari Conchi, mi hija está loca por hacer otra fiesta de pijamas contigo.

lunes, 4 de octubre de 2010

El Estanque de Fanfán


Se sabe de un día que estaba Greta sentada sobre el baúl de su habitación, pensativa, mirando por la ventana al tiempo que saboreaba una piruleta de pipas de calabaza que le solía preparar su abuela Concha. Hacía mucho calor y en media hora vendría su primo Noah a buscarla para ir a bañarse al estanque que se encuentra inmerso en el bosque de Fanfán, al que se llega cruzando el conocido paseo de la Doncella María. Es un estanque que sólo aparece una vez al año porque es nómada y no le gusta estar siempre en el mismo sitio. Y hoy era el día.
Hasta la nariz de Greta llegó un suave olor a vainilla tostada. Eso quería decir que Noah estaba cerca y de buen humor. Para Noah la vida no tenía secretos, o más bien era al revés. Cada cosa que hacía, así como sus estados de ánimo, desprendían olores diferentes, lo cual para sus amigos y parientes era una ventaja estupenda. Nunca había confusiones con Noah, ni lugar para las mentiras; de hecho, estas le huelen a menta. Los padres de Greta los acompañarían en la excursión. Su padre había preparado bocadillos y refrescos para la merienda y su madre llevaba la guitarra para que pudieran cantar canciones hasta hartarse después del baño.
El paseo de la Doncella María es un sendero de hierba verde esmeralda con árboles muy ancianos cubiertos de musgo que huelen a viento del norte. Hay setas y un riachuelo de aguas cantarinas como las risas de las hadas de flor. 
A mitad del sendero se alza una muralla antigua que, según la leyenda, era parte del castillo de un viejo rey que venía todos los veranos a descansar a estos parajes, porque, como es sabido por todos desde antaño, este camino tiene magia curativa. A cada paso que das, se te cae una pena, que se queda en el polvo y se convierte en trébol.
Para cuando llegaron al estanque, Noah olía ya a almendras garrapiñadas, de lo nervioso que estaba por meterse en el agua viajera; un estanque que había visitado tantos lugares traería rumores muy variados de todas partes.
Greta sumergió su cabeza y salió muerta de risa porque había oído entre burbujas el último chiste de moda en Estambul y era muy muy bueno. Después se zambulló Noah, y le llegaron noticias de una huelga de candados en Francia debida a la cual no había manera de guardar nada de forma segura, ya que éstos se negaban a cerrarse. Exigían delicadeza y educación. A nadie le gusta que le achuchen tanto, siempre tienen que agachar la cabeza a la fuerza. Les bastaría con un "S'il vous plaît". 
Y así el estanque les contó cien historias, y ellos le contaron a su vez las últimas novedades de su ciudad para que pudiera transmitirlas a los habitantes de la siguiente localidad a la que fuera.
Tras unas horas de baño, tomaron la merienda y cantaron canciones junto a la orilla hasta el anochecer. Tras recogerlo todo, se despidieron del estanque hasta el año que viene. Y volvieron a casa, muy cansados pero felices, ya que encima, habían dejado sus penas en el paseo de la Doncella María. Por cierto, Noah huele a madreselva cuando está contento.

LA REALIDAD TRAS LA FICCIÓN 

Lady Mary's Walk

Me gustaría comentar que el paseo de la Doncella María del cuento existe realmente, sólo que su nombre original es en inglés: Lady Mary's Walk. Está a las afueras de un pequeño pero precioso pueblo escocés llamado Crieff, donde tuve la inmensa suerte de vivir unos meses durante en el año 1991 (casi pega decir antes de Cristo, jejeje). Es cierto que es un lugar mágico que te llena de vida nada más entrar. Os recomiendo el viaje a Escocia, por supuesto, y a que dejéis vuestros tréboles en el camino.